Somos libres…

«Cuzco, único lugar en que se puede adquirir una verdadera idea del Perú.»

Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, 1781.

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«…Yo me acuerdo haber visto por mis ojos a indios viejos, estando a vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en lágrimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado.»

Pedro de Cieza de León, 1553.

 

«Y eran tantas las tiendas... que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que indios pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual hasta allí en las indias nunca se vio; que nos causó a todos los españoles harta confusión y temor...».

 

Miguel de Estete.

 

En 1821 se proclamó la independencia del Perú, un 28 de julio. Cerca de cumplirse el bicentenario de este hecho, los peruanos aún siguen repitiendo la cantaleta: «somos libres». Parece como si la liberación del yugo español, fuera el único acontecimiento memorable del que todo peruano debe sentirse orgulloso. Prácticamente las siete estrofas del Himno Nacional del Perú tratan sobre la liberación de esclavos sometidos durante tres siglos a la opresión española. Ninguna estrofa hace alusión directa (por ejemplo) a la riqueza de la flora y fauna peruana, a la multiculturalidad, a Grau, a Túpac Amaru II, a Manco Inca, y apenas se hace mención a la soberanía imperial de los Incas. Casi doscientos años después, aún los peruanos celebran su emancipación; y así podrían pasar otros cien años más y otros tantos y seguirán abrazándose a los grilletes del pasado, como si hubiera terminado la historia de la patria. Digo que es un hecho que debe quedar en los libros de Historia y que, en estos tiempos actuales –en esta coyuntura, ante los nuevos conflictos y problemas, en estos tiempos de corrupción cínica, de insuficiencia en el sistema educativo, de políticas paupérrimas, de democracia adversa–, los peruanos deben dejar de vanagloriarse por acontecimientos del siglo XIX y aprender a valorar los tantos otros momentos de gloria que ha vivido su tierra, pues la gesta por la independencia no fue un fenómeno que apareció con Bolívar y San Martín; hay que remontarnos a 1536, a los hechos de los cuatro Incas de Vilcabamba, y a la Rebelión de Túpac Amaru II en el 1780.

 

La gloriosa historia del Perú no comenzó en 1821; terminó en 1532.

 

Son las fiestas patrias peruanas. Maravillosa tierra, de riqueza y más riqueza, pero de hombres encontrados desde los tiempos en que los conquistadores hacían pelear a indios contra indios, hermanos contra hermanos. La celebración es más criolla que indígena.

 

Termino citando a Marc Bloch:

 

«La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado, si no se sabe nada del presente.»

 

Y aprovecho para recordar la estrofa que, en 1959, escribió Chabuca Granda por sugerencia del historiador Raúl Porras Barrenechea, letra que actualmente no es tomada en cuenta:

 

«Gloria enhiesta en milenios de historia

fue moldeando el sentir nacional

y fue el grito de Túpac Amaru

el que alerta, el que exige

y el que impele, hacia la libertad.

Y el criollo y el indio se estrechan

anhelantes de un único ideal

y la entrega de su alma y su sangre

dio el blanco y los rojos

del emblema que al mundo anunció

que soberano se yergue el Perú.

Para gloria de Dios.»

 

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Nota: En los epígrafes se lee «Cuzco». Sin embargo tal nombre fue rechazado en la década de 1970 por ser una aberración española (Daniel Estrada Pérez, en su condición _historia_clip_image004de alcalde de la Ciudad del Cusco, oficializó un nuevo topónimo: «Qosqo», para acercarse más a la fonética quechua), y fue cambiado por «Cusco», nombre que quedó oficializado.

 

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