Defensa del indio, el verdadero hijo de esta tierra.
«…mas queda el indio, pues trescientos a cuatrocientos años de crueldades no han logrado exterminarle; ¡el “infame” se encapricha en vivir!»
Manuel González Prada, Nuestros indios, II (1904).
El imperio Inca, elitista, no educó a los tawantinsuyurunas (indígenas) para afrontar, por sí mismos, hechos de trascendencia social e histórica. Los indios siempre dependieron de un líder y de sus creencias. «La organización colectivista, regida por los Inkas, había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social» (José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Esquema de la evolución económica, I); de esta obediencia y docilidad, se aprovechó el español en los tiempos de la Conquista. Si antes el indio celebraba su arduo trabajo, cumplía con los deberes que el Inca asignaba y lo hacía con júbilo, acompañando sus labores con cantos; ante el rigor español, tuvo que soportar trabajos inhumanos en medio de la ignominia y el sufrimiento.
El indio, desde entonces, aunque menos o más, no cesa de sufrir.
En 1553, Pedro de Cieza de León, escribió: «…Yo me acuerdo haber visto por mis ojos a indios viejos, estando a vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en lágrimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado.» Pero su sufrimiento no dependía solamente de la caída del magno imperio. Durante la Colonia los opresores le impusieron también, a fuerza de látigo, un carácter sumiso, oprimido; le obligaron a descuidar su apariencia, a considerarse menos que un hombre; lo rebajaron, pues, al nivel del animal.
Los indios eran como huérfanos sin su Inca, y los últimos monarcas del incanato habían sido muertos cruelmente (los cuatro de Vilcabamba: de Manco Inca a Túpac Amaru, y José Gabriel Condorcanqui, el Túpac Amaru II). Aunque no se les consideró esclavos, fueron tratados como tales. Fueron las mayores víctimas de la injusticia y de la codicia española. Luego de 1824, las cosas no cambiaron para ellos. En la República se incrementaron los despojos de tierra a los indios (Emilio Romero, Geografía Económica, 1961). El feudalismo continuó explotándolos. Los terratenientes, los gamonales humillaban a los indígenas, los mataban sin temor por la ley, se aprovechaban de sus mujeres. «Y a pesar de todo –escribe Manuel González Prada en Nuestros indios–, el indio no habla con el patrón sin arrodillarse ni besarle la mano.» González Prada, denuncia en sus escritos la aún vigente agresión contra el indio en el siglo XX:
«Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizamos cacerías y matanzas…» (A continuación, el ensayista peruano cita el levantamiento de unos indios en Amantani que se rebelan contra un gamonal, linchándolo. Por entonces era la primera dictadura de Piérola; ante el levantamiento, responderían dos buques de guerra que bombardearían la isla durante doce horas, masacrando a incontables indios.)
González Prada aborda con severidad y dureza el tema del indio en este ensayo –Nuestros indios– de cuatro partes, escrito en 1904 y publicado en 1908 dentro del libro Horas de Lucha. Escribe en la cuarta parte:
«…el indio no tiene derechos sino obligaciones. Tratándose de él, la queja personal se toma por insubordinación, el reclamo colectivo por conato de sublevación.»
Al parecer, hemos heredado el desprecio del español hacia los indígenas, pues aún los tratamos como seres inferiores, ignorantes e incapaces. Aún nos burlamos de su ingenuidad, de su idiolecto, de su runasimi, aún sentimos desprecio ante sus vestimentas y ante sus apellidos. Pero ¿quién ha hecho algo por ellos? En 1969, Velasco Alvarado los redimió de su condena en las haciendas, pero nadie se preocupó en darles la riqueza material que les corresponde por derecho: la tierra, al ser ellos sus hijos legítimos; tampoco hubo interés por darles la riqueza que les negó la Historia: educación. «El indio recibió lo que le dieron: fanatismo y aguardiente», escribió González Prada. Y aunque el escritor piensa que el problema del indio no sólo es educacional, sino también social y económico, una reforma o una revolución educativa es necesaria para que ellos puedan mejorar su condición. Y paralelamente, esa revolución debe extenderse a los centros educativos, pues desde la educación básica regular debe enseñarse a los niños a respetar, valorar y querer al indio. Necesitamos una actitud más bondadosa ante ellos. Es necesario nuestro aprecio, y González Prada lo entiende así:
«Más que pasar por el mundo derramando la luz del arte o de la ciencia, vale ir destilando la miel de la bondad. Sociedades altamente civilizadas merecerían llamarse aquéllas donde practicar el bien ha pasado de obligación a costumbre, donde el acto bondadoso se ha convertido en arranque instintivo.»
Primero habría que superar nuestros prejuicios y estereotipos sobre la condición y las capacidades del indio. Un sistema educativo con un plan exclusivamente indígena para que ellos tengan la oportunidad de desarrollarse y desarrollar su cultura, su pensamiento y su arte. Pues el producto de ellos será el verdadero indigenismo, y no lo que los artistas o intelectuales hacen para exhibir en museos o dejar en libros, lejos del entendimiento de los indios.
El genial precursor del modernismo americano, ve en el problema del oprimido y excluido, sólo dos posibles soluciones; una recae en nosotros, la otra, depende sólo y nada más que del indio mismo:
«La condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores.»
Muchos, enarbolando el estandarte pro-indigenista, han ascendido a las punas para ocupar el vacío que la política y el sistema han dejado. Por ejemplo: los movimientos terroristas de la década del 80. Según Hatun Willakuy (2003), la versión abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, (capítulo 1: Los hechos: La magnitud y extensión del conflicto, págs. 21-23): la mayoría de víctimas del terrorismo de entonces, fueron indígenas andinos: campesinos (56 %), quechua-hablantes (75 %), pobres (68 %) y habitantes de zonas rurales (79 %).
Hoy en día, aunque cientos y cientos de humildes y pobres han muerto por el terrorismo, no se valora aún al indio. Más, por el contrario, se le excluye, discrimina. «El empleado doméstico indígena fue tratado como un animal, incluso en las primeras décadas del siglo XX. [Hoy] contra este grupo se cometen abusos legales de manera cotidiana.» (Roxanne Cheesman, Por la educación democrática en el hogar, El Comercio, Lima 26.01.13.)
El gobierno peruano ha abandonado a los niños de las zonas altoandinas a un sistema educativo que no es capaz de despertar la conciencia crítica de los indígenas; parece que nadie está interesado en querer levantarlos de la ignominia.
En los párrafos finales de su ensayo, Manuel González Prada ha escrito: «Al indio no se le predique humildad y resignación, sino orgullo y rebeldía». Tal vez, sería mejor, darles más oportunidades de educación con miras a un desarrollo cultural, intelectual. Cuando González Prada habla de orgullo, yo entiendo: conciencia de los indios de su situación pasada y actual, entendimiento de su valía como seres humanos y, más que eso, como verdaderos hijos y herederos de estas tierras.
Ya lo escribió José Carlos Mariátegui en sus 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana: «Si el indio ocupa el primer plano en la literatura y el arte peruanos no será, seguramente, por su interés literario o plástico, sino porque las fuerzas nuevas y el impulso vital de la nación tienden a reivindicarlo». Habremos progresado como nación cuando la idea utópica del indio idealista e intelectual, defensor de su sangre inca, deje de parecernos desaforada quimera. Mientras sigamos burlándonos de nuestros compatriotas indígenas, considerando risible la idea del indio intelectual, seguiremos siendo el mismo «blanco español» que durante siglos ha asesinado o ha dejado que los indios del Perú sigan muriéndose en su propia tierra.
Y también nosotros tenemos mucho que aprender de ellos: el amor, el respeto, la gratitud y el cuidado religioso a la tierra, a la naturaleza, a nuestros ríos y nevados. Esta es la gran lección del siglo. La crisis actual así lo exige. La fe de los hombres y de las mujeres debe volver a la tierra. Aprendamos de la sabiduría de los indios, pues somos nosotros quienes necesitamos más de su humildad.
La imagen del indio Huamán Poma aún aguarda a sus hermanos sapientes y cultos; la memoria de Túpac Amaru II, por sus hermanos rebeldes y valientes; la de Micaela Bastidas y de Tomasa Tito Condemayta, por aquellas mujeres líderes y decididas. El indio vive y la Historia aún le guarda muchas páginas.
Fotos: Martín Chambi.
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