LA CARNE Y LA SANGRE DEL TEATRO CUSQUEÑO

En nuestra ciudad, el mejor teatro, sólo se ve en internet. Mas, grupos como Libélula de Jade, nos hacen soñar que esta lamentable realidad pueda cambiar en un futuro.

Respecto al arte y la cultura aún no hemos desarrollado una identidad contemporánea. Estamos congelados en el pasado y tomamos por innovación las migajas que imitamos del post-romanticismo y del cine extranjero. Las palabras “originalidad” y “creatividad” aún no las hemos entendido o no nos atrevemos a llevarlas a la práctica -con todos los riesgos que ellas demandan-.

Esto, básicamente es por un tema que nos ha inundado metiéndose por nuestras narices y definiéndonos en casi todos los aspectos de nuestra vida: la mediocridad y el conformismo.

No son un delito, pero en el arte son inaceptables. Es válido extender la aseveración del poeta José Santos Chocano (quien dice que la mala poesía no existe; o es buena o, simplemente, no es poesía) a todo el arte. Y para lograr buena poesía y buen arte, es preciso atreverse a luchar contra la mediocridad, contra el conformismo. Decisión que, de ser consecuente, sería un sacrificio para los seudo-artistas peruanos y cusqueños (esfuerzo, pundonor, sacrificio son vocablos de difícil aplicación en la vida de ellos).

Digo «sacrificio», queriendo decir también: heroísmo. No es una exageración considerando que un aspirante a artista debe luchar contra su entorno, su medio social, la falta de apoyo, de interés del público mal acostumbrado a las mediocridades de los escenarios, e ir contra la corriente para alcanzar un alto nivel que nadie va a admirar ni aplaudir. César Vallejo y Mario Vargas Llosa (por mencionar a nuestros mayores literatos, reconocidos universalmente) fueron (y son) valorados más en el extranjero que en su propio país.

La verdad es que nuestro medio artístico cusqueño está compuesto por círculos cerrados donde no hay crítica profesional, tampoco público Culto. Los escenarios se llenan, en su mayoría, con los conocidos, familiares y amigos de los «artistas», y éstos son ovacionados y alabados por aquéllos. Así, el «arte» en nuestra ciudad es más un juego, una representación falsa, que una realidad. Aquí no hay corrientes vanguardistas, innovadoras, escuelas y movimientos activos y productivos.

Así sucede en el Teatro. Para empezar, Cusco no tiene una Facultad de Artes Escénicas, y ninguna institución suple eficazmente ese vacío. Talleres y cursos es lo más que podemos encontrar y todos infestados de mediocridad. La mayoría de directores de teatro son, en el mejor de los casos, personas que han acumulado datos, han escuchado consejos y han leído algunos textos sobre la función que deben desempeñar. Pero ninguno de ellos ha profundizado en su materia, ninguno ha realizado investigaciones, ninguno ha desarrollado métodos o sistemas.

Aunque tengamos dos o tres egresados de carreras profesionales relacionadas con el Teatro, el movimiento teatral en nuestra ciudad es de aficionados. A propósito, casi en todas las disciplinas artísticas (y en otras también) la palabra «académico», es repudiada.

Pero, así como no hay artistas, tampoco hay público que aprecie arte. Constantin Stanislavski escribió: «no puede haber gran arte sin grandes ideas y grandes espectadores». Escasas son las personas verdaderamente Cultas, y el público mayoritario… simplemente no gusta de ir a los auditorios. Digo auditorios porque nuestra ciudad no tiene teatros. La situación, señores, es preocupante, y para la mayoría de cusqueños ni siquiera es un tema que se deba considerar.

El viernes último del corriente, Libélula de Jade ha cerrado una temporada de casi dos meses en la que presentó incansablemente Carne y Sangre, con el libreto de Claudia Sacha y la dirección de Erwin Arce García. La ambición de su grupo ha sido grande ante la innegable complejidad del texto de la dramaturga peruana. Más aun, considerando que los actores eran neófitos y que ésa era su primera experiencia en una temporada. Tal complejidad, empero, ha sido un peso superior al talento de los dirigidos por Arce García y a las capacidades de éste:

Primeramente, las inclinaciones por el teatro naturalista del grupo, se manifiestan nada más que en palabras. Libélula de Jade, al menos por lo que se vio en estas funciones, no es un grupo de teatro naturalista. ¡Las actuaciones distaban mucho de serlo! El mismo Stanislavski (propulsor de esta corriente) reconoce, a la «actuación representativa», como un arte aunque de métodos y resultados distintos al suyo; pero lo que vimos en toda la temporada, no fue ni eso. Por utilizar más conceptos del padre del naturalismo teatral, lo que Libélula de Jade mostró fue una «actuación en general» o «actuación mecánica» con afortunados, pero breves, momentos de «creación subconsciente». Sin duda, la mayoría de los asistentes se percató de varios pasajes en los que el texto era simulado, forzado, así como las marcaciones en el escenario. No era preciso tener una copia del libreto en la mano para identificar los errores, puesto que los mismos actores nos lo revelaban. ¿En qué momento se manifestó esa «creación subconsciente de la naturaleza», esa tan mentada «verdad escénica»? Era curioso ver cómo un personaje se callaba por el corte de otro que habló a destiempo, cómo una voz fuerte era callada por otra débil, cómo alguien, en escena, se enfurecía demasiado sin ningún motivo evidente, cómo una personaje corpulenta era arrinconada por otra de menor contextura y menor convicción. Y más que curioso, era desagradable escuchar exclamaciones por demás fingidas y falsas, tan falsas como las vajillas que se rompían tras bambalinas (no creo que alguien se haya creído eso).¿Acaso eran problemas imposibles de remediar? Los momentos de mayor tensión fueron los que delataron, con más evidencia, la falta de naturalidad de los actores.

Por otra parte, se pudo ver que las fotografías de Luis H. Figueroa se perdieron (por no decir: se arruinaron) debido a los montajes insustanciales.

¿Y qué mención se puede hacer a la escenografía si prácticamente ese arte no existe en esta ciudad?

Este tipo de crítica disgusta; se dirá que ellos apenas empiezan, son jóvenes y no se les puede criticar tan severamente. No hay una crítica seria en Cusco, porque no hay teatro serio que criticar.

La enfermedad de los «artistas» cusqueños es precisamente esa mediocridad, ese conformismo que les fatiga ante la idea de perfeccionar, pulir al máximo, eliminar todo error. «Nadie se va a dar cuenta», «ya sería muy maniático querer mejorar también eso», «así como está ya es presentable», son frases comunes de los cusqueños y de los que se hacen llamar representantes del arte. 

Sin embargo, pese a las falencias, los grupos de teatro (como Libélula de Jade) son vitales para un futuro desarrollo del arte escénico en nuestra ciudad. ¿Quién lo haría si no ellos?

Per Se. 23 de junio, 2013.

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