DE LA OPINOLOGÍA
DE LA OPINOLOGÍA Umberto Eco llama «el insipiente del pueblo» al idiota que gusta de hacer el ridículo con tal de ganarse algo a cambio. Antes «era aquel individuo que, poco dotado por la madre naturaleza tanto en sentido físico como intelectual, frecuentaba la taberna del pueblo, donde sus crueles paisanos le pagaban la bebida para que se emborrachara y se comportara de forma impropia y vergonzosa» [1] . Cada colegio, cada salón de clases tiene su propio insipiente. Y éste no es del todo inconsciente del papel que desempeña; aun así, acepta el juego. Yo recuerdo a uno que nos pedía que le diéramos golpes directos para demostrar su capacidad de resistencia y que, además, parecía gustarle que le recordáramos lo feo que era. Ahora él es filósofo, poeta de ocasión, actor de teatro, por sobre todo: elocuente opinólogo. Y es que el insipiente ha desarrollado mecanismos mucho más sofisticados y ha superado su papel de hazmerreír: ya no espera sólo que le paguen la bebida o algunas